« Je dirai que l’analyste entreprenant une didactique s’asseyant face à un psychotique, analysant un enfant, agit en analyste authentique. Que le psychotique soit assis ou allongé, que l’enfant parle ou dessine, ne change rien : ce qui définit le sens de “l’acte”, c’est le projet que soutient celui qui l’entreprend ». (Aulagnier,  P., 1968)

En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío;

en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo.

Sigmund Freud, en Duelo y melancolía.

 

Duelo  y desprendimiento…

 

Al ver la presentación de la exposición del Museo de las Relaciones Rotas (http://elmodo.mx), en lo primero que pensé fue en el duelo por la separación y en los distintos caminos que se abren, algunos de depresión, otros de alivio, de resignación, de sublimación, de coraje y algunos más de chiste…

 

El duelo surge tras una pérdida, en ocasiones real y en otras muchas simbólica. El simple hecho de decir esto así, ya me hace ruido; cualquier pérdida es real, aun cuando es simbólica, lo que trato de decir es que hay algunas pérdidas que son del mundo físico como la muerte, y otras que pertenecen más al mundo interno, psíquico, como cuando una relación termina (se rompe), o incluso cuando sin terminar se modifica… Aún así la pérdida del mundo interno no deja de tener sus ecos en lo externo. Pensemos en una relación de pareja que termina, una de las primeras cosas que las personas involucradas refieren es el desconcierto que implica dejar de ver a alguien que solían ver diario, o casi. Así que incluso sin muerte física, la sensación de pérdida es en el mundo interno y en el externo. A veces el dolor interno y el externo no se distinguen.

 

Siendo muy esquemáticos, se puede decir que ante la pérdida hay dos opciones principales: el duelo normal y el duelo patológico (en este último incluiríamos la tan frecuente negación de la pérdida y, por lo tanto, del duelo). Ambos caminos son dolorosos, pero uno es de elaboración y el otro suele terminar en soluciones de compromiso y repetición (ya explicaré a qué me refiero aquí, un poco más adelante).

En Duelo y melancolía, Freud plantea que ante la pérdida existen dos salidas, la del duelo (como afecto normal) o la de la melancolía (como solución patológica). Y dice:

 

“ El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (…). Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.

La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. Este cuadro se aproxima a nuestra comprensión si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo.[1]

 

La cita es larga, pero clara y fundamental.

 

Un poco más adelante Freud agrega: “Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos, y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. (…) Pero una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.[2]” Dicho en otras palabras y para lo que más nos importa hoy, los recuerdos, los objetos, son dotados de fuerza y significado como representantes de la relación rota. Es por ello que me interesa preguntarme qué motivará a las personas que mandan dichos objetos a una exposición cómo ésta. Para empezar imagino que enviarlos debe cumplir con la función de desprenderse y liberarse de objetos que es difícil tirar a la basura o quemar, pero que a la vez uno tampoco quiere atesorar… Por otro lado pienso que es una forma de seguir proporcionando un espacio único a ese pasado, de alguna forma lo hacen presente, lo comparten con todos los que acudimos a la exposición… y ¿no hay muchas veces la creencia de que los museos inmortalizan? ¿mandar objetos de una relación rota, a esta exposición es pues elaboración o no? Seguramente dependerá del caso… de la misma manera que a veces el arte es sublimación y otras mera descarga.

Es curioso ver como dotamos a los objetos de un poder casi mágico, les damos un lugar central a la hora de cerrar ciclos o desprendernos, cómo si realmente fueran un pedazo nuestro, o de la persona (antes) amada… me hace pensar en los velatorios, en las ceremonias de cuerpo presente, en dónde seguimos pensando que la persona está ahí, cuando en realidad ya no son más que sus restos físicos. Pero necesitamos esa transición, ese espacio y tiempo para poder aceptar lo irremediable. Así, de alguna manera los objetos que guardamos de una relación rota fungen como objetos transicionales (como la mantita de Linus en los dibujos de Snoopy).

 

Cuando el duelo no se elabora, se dificulta el desprendimiento de la persona (antes) amada, y por lo tanto de los objetos y lugares que nos la recuerdan… Pasado el tiempo, a veces la persona cree que se encuentra lista para una nueva relación, y lo intenta. Si hubo un tiempo interno suficiente para procesar la ruptura, esta suele no traer demasiados problemas a la nueva relación… pero existen muchos casos en dónde no ha habido elaboración. En esos una de las frecuentes salidas con las que yo me he encontrado en el consultorio están en la compulsión a la repetición. Cuantas veces he tenido junto con mis pacientes las ganas de que ésta vez les resulte distinto, para acabar confirmando que mientras hay partes del duelo sin elaborar y/o conflictos no resueltos están destinados, cual tragedia griega, a repetir.

 

Ya otras veces he hablado de Ondina, un mito de origen germánico, y hoy intentaré hacerlo brevemente. Este mito trata de una ninfa, Ondina, cuyo origen es el fondo del mar, adoptada por una pareja de pescadores, se enamora de un caballero terrestre, Hans. El rey de los Ondinos le advierte que los humanos traicionan sin remedio y que debe evitar desposarlo. Ondina se niega rotundamente a renunciar a su caballero, El Rey de los Ondinos la reta: si Hans la traiciona, él morirá y ella tendrá que volver al fondo de las aguas y perder toda memoria. Ondina acepta. La tragedia está anunciada. Muy pronto, Hans la traiciona, mientras que Ondina intenta todo para que el Rey de los Ondinos no se entere… en vano. El final se acerca. El Rey de los Ondinos en un acto de compasión, concede que Hans muera en el mismo instante que Ondina pierda la memoria, de esta manera no tendrá que sufrir la muerte de su amado, al menos no, de forma consciente.

Es el final, después de esto, cae la cortina sobre el escenario. Ondina acaba de perder la memoria. Hans, por su parte, yace sobre una cama a unos metros de ella… Cuando lo ve, se vuelve a enamorar, aun cuando ya no lo recuerda, ni reconoce.

 

“ONDINA : (…) ¡Espera! Quién es ese bello joven, sobre la cama… ¿Quién es él ?

EL REY DE LOS ONDINOS: Se llama Hans.

ONDINA: Qué lindo nombre! Y por qué no se mueve?

EL REY DE LOS ONDINOS: Está muerto…

OTRA ONDINA surge: Ya es tiempo… Vámonos!

ONDINA: Cómo me gusta! … No podemos devolverle la vida?

EL REY DE LOS ONDINOS: Imposible!

ONDINA (dejándose llevar): Qué lástima! Cómo lo hubiera amado![3]

 

Ondina ya olvidó, y aún así, aún desmemoriada, una parte de ella, recuerda y repite. Sobre esto, Freud dice: “podemos decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace[4].”

 

Así, cuando uno no elabora el duelo por una relación rota, está muy probablemente condenado a repetir los mismos patrones y la misma historia. Esperemos que, el ejercicio de participar en una exposición como esta ayude a que las rupturas y malos desenlaces no se repitan, sino se elaboren…

 

[1] Freud, S. Duelo y melancolía. Volumen XIV. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1995. p. 241-242.

[2] Ídem, p. 243.

[3] Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990. p.126-127.

[4] Freud, S. (1914) Recordar, repetir y reelaborar. Volumen XII. . En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1995. p.152.

“Psychanalyste, c’est une fonction, pas un être, ce n’est pas une identité. J’espère par exemple ne pas l’être avec mes proches, ne pas les bombarder d’interprétations plus ou moins sauvages. Et puis, même parfois dans mon cabinet, je ne le suis pas toujours non plus. Quand j’étais psychanalyste débutant, je me demandais ce que je faisais là : de quel droit ? Je dis souvent que se prendre pour un analyste est le commencement de l’imposture. Et si j’ai réussi à le devenir, c’est bien parce que je ne me suis pas pris pour un analyste.” J.-B. Pontalis (1924-2013)

«Psicoanalista, es una función, no un ser, no es una identidad. Espero por ejemplo no serlo con mi gente cercana, no bombardearlos con interpretaciones más o menos salvajes. Además, incluso en mi consultorio, no siempre lo soy. Cuando era un analista principiante, me preguntaba qué era lo que estaba haciendo allí: ¿con qué derecho? Con frecuencia digo que sentirse analista es el principio de la impostura. Y si logré convertirme en analista, es precisamente porque no me lo creí.» J.-B. Pontalis (1924-2013)

Né à Paris le 15 janvier 1924, Jean-Bertrand Lefèvre-Pontalis, surnommé «Jibé», est mort à Paris, mardi 15 janvier. Issu de la grande bourgeoisie, petit-fils du sénateur Antonin Lefèvre-Pontalis et petit-neveu de l’industriel Louis Renault, il n’aimait guère qu’on lui rappelât sa généalogie, dont il faisait pourtant état dans ses récits autobiographiques. De son enfance, il retiendra dans un court récit daté …

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Indigna psicología de bazar (mediocre), de Elizabeth Roudinesco. Publicado en primera plana de Libération el 4 de octubre de 2012. (la traducción es mía) Frente a un proyecto de ley destinado a permitir que las parejas del mismo sexo se casen y críen hijos, ahora resulta que una vez más psicoanalistas, paidopsiquiatras y otros clínicos …

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